Nuestra experiencia impartiendo el curso «Aprende a montar en bici» para adultos nos ha mostrado una realidad de la que no éramos conscientes:

«Equilibrarse sobre dos ruedas resulta inicialmente contraintuitivo.»

Claro, cuando uno aprende siendo niño, no lo piensa demasiado, sino que hace caso de las instrucciones de quien le enseña, sin más. Poco a poco desarrolla la habilidad de equilibrarse, y le acaba resultando completamente natural. Pero cuando uno llega a ser adulto sin haber aprendido a montar en bici, al intentar aprender tiene la seria duda de que sea verdaderamente posible equilibrarse sobre una bicicleta.

Lo curioso es que esta primera intuición tuvo un papel determinante en los primeros años tras la invención de la bicicleta. Después de que en torno a 1820 Karl Von Drais desarrollase su primer velocípedo y en los años sucesivos otros inventores le añadiesen bielas para poder pedalear, hubo un largo período de tiempo durante el cual el uso de estas máquinas, que ya eran conocidas en Europa y Estados Unidos, no fue popular en absoluto. ¿Por qué?

De este trasto vienen todas nuestras bicis. (Fuente: Wikipedia)

De este trasto inventado por Von Drais vienen todas nuestras bicis. (Fuente: Wikipedia)

Al contrario que hoy en día, la mayor parte de la población de mitades del siglo XIX no había aprendido a montar en bici siendo niño, con lo que, al igual que los participantes en nuestros cursos, consideraban la posibilidad de equilibrarse sobre dos ruedas algo totalmente descabellado. Para montar en bicicleta, había que ser un loco o tener poco aprecio por la propia salud.

¿Y qué hizo que la gente cambiase de opinión? Pues al parecer fue la popularización del patinaje artístico a través de la ópera «El Profeta«, de Giacomo Meyerbeer. La obra se hizo famosa por toda Europa, extendiendo el uso de los patines entre la población y estimulando el desarrollo del patinaje sobre ruedas. La posibilidad de mantenerse sobre un solo patin, ya fuese sobre hielo o sobre ruedas, hizo que mucha gente mejorase su noción de equilibrio, haciendo mucho menos extraña la idea de que algo similar se pudiese hacer con una bicicleta.

Y así, entre los años de 1860 y 1870, 40 años después de su invención, el uso de la bicicleta vivió una auténtica explosión en Europa. Sin el límite autoimpuesto años atrás, todo el mundo quería subirse a pedalear en el vehículo de moda.

Montar en bicicleta se suele tomar como ejemplo de habilidad práctica: muchos sabemos hacerlo de forma natural, pero nos cuesta más explicar a otra persona cómo lo hacemos. La combinación de fuerzas necesaria para equilibrar una bicicleta es algo que ha traído de cabeza a los ingenieros desde el siglo XIX: el equilibrio del cuerpo, el manejo del manillar, la fuerza del pedaleo, etc; son muchos los factores que intervienen.

Recientemente, los desarrollos en el mundo de la robótica han permitido acercarse mucho a explicar la física del equilibrio sobre una bicicleta: ya hay robots que son capaces de hacerlo, y no lo hacen nada mal.

Lo que sí es seguro es que, por más que sepan equilibrarse, no hay ningún robot que pueda experimentar la sensación de libertad que nosotros sentimos al subirnos a una bici.

Aunque no sepamos explicar cómo lo hacemos, ese goce, de momento, queda para los humanos.

Fuente: Bicycling Science, de David Gordon Wilson.